Por Eugenio Taveras
Ha pasado bastante tiempo desde que por primera vez descubrí que Abel, mi segundo hijo, un tajalán de 21 años, mató un lagarto de los que andan dentro de la casa y que tienen la característica de que podemos verle las vísceras en todo su esplendor; en aquel momento permití el temor dispensado, basado en la edad y desconocimiento de lo inofensivo del reptil, pero hoy, no es posible que eso suceda.
Cuento esta pequeña historia porque una noche escuché sonidos anormales dentro de su habitación y escudriñé, como curioso al fin, y descubrí al impetrante, paraguas en manos, acosando una especie igual a la de antaño, y me confesó que le tiene un pánico atroz.
No lo culpo, porque no tuvo la oportunidad que vivió su padre, yo, de inyectar lagartos, jugar con ellos como mascotas, enredarse culebras en la cintura para ver correr despavoridas a las féminas por la orilla del río del campo donde estuve hasta la mayoría de edad, con orgullo: Las Matas de Santa Cruz, municipio de la provincia de Montecristi, perteneciente a un país que todavía lleva por nombre República Dominicana, ubicado entre los mares Caribe y Atlántico, sobreviviente de pirañas y buitres con nombre de políticos, todos honestos y dignos de encomio.
Además, de agarrar sapos y estrellarlos contra la barranca, matar toda clase de pajaritos, muchas veces solo por verlos morir agonizando, otras para consumirlos, y una serie de barbaridades de las que hoy me arrepiento y que no quisiera regresar al pasado para repetir tantas tropelías por desconocimiento del papel que todos ellos desempeñan en el equilibrio de la naturaleza y del valor que representan para la flora y la fauna.
Contador Público Autorizado - Asesor impositivo - Periodista - Facilitador Certificado por INFOTEP
Vía comunicativa: Claro► 809-249-2655, Orange► 829-586-1155
No comments:
Post a Comment